Wednesday, April 6, 2011

Don Juan Tenorio manda un comunicado a los policías de tránsito de San Diego



Infelices policías de tránsito de la ilustre Provincia de San Diego de Alcalá—oídme vosotros.
Pronto llegará el glorioso día en que el Señor de los Ejércitos, en su eterna y divina justicia, pondrále fin a vuestra tiranía impune. Habéis atentado contra mi nobleza y mi honor, pues no cesáis de chingarme la vida sin causa alguna. Por lo tanto ruégoles a la Santísima Virgen Nuestra Señora de Fátima y a todos los Santos porque derramen sobre vuestras cabezas el divino castigo hasta que sobreabunde.
Os presento, para vuestra atenta consideración y para que os sirva como ejemplo de la tiranía a la cual se nos sujeta sin reposo, el caso que a este humilde servidor sucedióle esta misma mañana.
Pasé en mi noble y fiel corcel por las veredas de la Provincia rumbo a la hacienda de mi compadre y amigo, un caballero cuyo valor y honor no conocen límite alguno. Queriendo proponerle un paseo por las sublimes calles de nuestra ilustre Provincia, mandéle a mi caballo hacer parada y estacionélo delante del portón de la hacienda.

Al bajarme de dicho corcel aparceióseme una situación inesperada: unas obras municipales llevábanse acabo en la calle, razón por la cual imposibilitóseme estacionar la bestia delante de la hacienda del honroso compadre. Asoméme y miré a mi alrededor hasta encontrar el sólo y único lugar donde cabría un animal ecuestrito de tal estatura. Cierto es, hallábase un pozo al lado de dicho plazo y las piedras de la banqueta las habían pintado de color rojo las autoridades virreinales (que la Santísima Virgen de la Merced los resguarde y proteja). “De poca importancia es,” comentéle a mi caballo, “pues he de estacionarte aquí por unos escasos segundos, en lo que paso por el caballero.”

Llenas de veracidad fueron mis palabras, pues unos segundos después bajé de la casa en la compañía de dicho compadre. Tras bajarnos los dos de la hacienda presentósenos una visión de injusticia y mamadería tan amplia como las aguas del mar, pues hallábase un policía de tránsito parado al lado de mi noble corcel, con pluma en mano. Acerquémele más y capté que escribióme una citación con su vil pergamino; en su rostro formóse una sonrisa de carácter sumamente mamón.

“Habéis violado el Real Decreto tras estacionar vuestro caballo al lado de un pozo virreinal,” díjome el policía de tránsito.

Recurríme al razonamiento y a la buena educación, sujetándome a la misericordia de dicho Cabildo. “Sin faltarle respecto a Vuestra Merced, os ruego comprender que hízoseme imposible estacionar mi caballo ante la casa como Dios y el Virrey mandan, puesto que llévanse acabo obras de construcción por toda esta noble vecindad. Podrá ver Vuestra Merced que la cantidad de pavimento que se encuentra actualmente alterado asciende al nivel de un chingamadral; ingresarme a la zona de dichas obras no puedo.”

Y sin la más mínima provocación, armóse un escándalo de índole sumamente pinche. “De nada me importa, caballero,” contestóme el Cabildo.

Comprended vosotros que la paciencia de este humilde servidor tiene límites; tras ver la indiferencia del policía de tránsito virreinal, encabronéme inmensamente. Mandélo de inmediato a la innoble e infama Señora del Perpetuo Chingamiento, subíme al corcel y partí para otra región de la Provincia.

Pues no mamáis: de cierto os digo, nefastos policías de tránsito, os habéis pasado de Lanza tras incurrir en una vil mamada de tal índole. Dejad de rompernos a los nobles ciudadanos de la Provincia los testículos con vuestros reglamentos y vuestras citaciones ilícitas.

Os ruego por Nuestro Santo Patrón Diego de Alcalá…no chingáis.





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