Friday, July 4, 2014

La Urraca Muerta

El cuento de "La Urraca Muerta" forma parte del libro "Más Frío que la Nieve: Cuentos Sobrenaturales de Rusia", el cual se publicará próximamente.

Se presentará una representación artística del presente cuento el lunes 7 de julio y jueves 10 de julio en la Ciudad de México, en el Centro Cultural Goya (Col. Roma, metro Insurgentes). Si se encuentran en la capital, les invito a pasar a ver la obra multimedia.

Qué disfruten de este relato de brujería y magia negra.

* * * *



La Urraca Muerta

С волками жить—по-волчьи быть.

El que con lobos anda, a aullar se enseña.
            -Proverbio ruso


Andréi trepó por la escalera esa tarde de abril.
El campesino ruso se subió al pajar de su establo; después se acercó a la ventana que daba con la calle. La ventana no contenía vidrios; consistía únicamente en un marco vacío. Andréi miró hacia abajo, viendo los perros que andaban por el sendero de terracería. El cielo estaba nublado; se esperaba un aguacero esa tarde. Miró a su alrededor, viendo los animales dentro del establo. A pesar de la firme estructura del establo, hecho con gruesas tablas de pino, las bestias se veían desprotegidas y vulnerables. Andréi entendió, pues, que existen cosas en este mundo que son capaces de burlar las construcciones físicas. Aunque el establo se hubiera hecho de piedra y ladrillo como los castillos del Zar, sus muros jamás lograrían proteger a los animales de un peligro inmaterial.
Para protegerlos, Andréi tendría que recurrir a otras medidas.



El campesino sacó de su bolsa la urraca viva que había capturado en el bosque. El ave miró por todos lados frenéticamente. Tal vez era capaz de presentir lo que estaba a punto de suceder. De su pico sonó un graznido agudo y desesperado. A Andréi le daba lástima, pero no le quedaba otro recurso más: había que sacrificar a la urraca, había que dedicar su espíritu a los dioses ocultos del bosque. Era la única forma de protegerse de la maldad que tanto lo había atormentado durante los últimos meses. Para apelar a la protección de los espíritus oscuros de la noche, era necesario derramar la sangre de un animal inocente.
Efectivamente, se trataba de combatir el mal con el mal.
Andréi detuvo el cuerpo de la urraca con la mano izquierda. Con la derecha, agarró la cabeza del animal y, con una gira veloz, torció el cuello del ave. Miró como se escureció la sangre por sus manos callosas y firmes. Sin mayores fanfarrias, amarró las patas de la urraca con una soga y la colgó de la viga principal, en posición bocabajo, cerca de la ventana. Era necesario que toda la gente que pasaba por el sendero allá abajo viera el sacrificio; solamente así funcionaría la protección.
Después de colocar el cuerpo del ave en su lugar, Andréi volvió a mirar hacia la calle. Vio algo que le provocó un susto repentino: de la nada había aparecido la anciana Baba Raya. La mujer estaba mirando fijamente a Andréi, viéndolo con sus dos ojos negros e inescrutables. Con una mano, la anciana sostenía una canasta tapada con un trapo viejo. De seguro contenía hierbas encantadas, animales muertos, talismanes, todos los instrumentos que la bruja emplearía para hacer sus maldades.
Lo sabía Andréi: Raya era la culpable. El campesino ruso se estremeció de escalofríos al ver la anciana. “Chyevó ti smotrish, vyedma?” le preguntó a Baba Raya. “¿Qué me ves?” Baba Raya no contestó nada.
Y en ese momento, mientras que Andréi miraba a la anciana desde el pajar de su establo y la anciana miraba a Andréi desde el camino de terracería, el campesino recordó todo lo que había sufrido su familia, todo por culpa de la bruja Raya.   

* * * *

Todo había comenzado dos meses atrás, con el siniestro que sufrió la vaca lechera de Andréi. De un día al otro, la bestia había dejado de dar leche. Sospechaban Andréi y su esposa que se trataba de un encanto maléfico cuando notaron que era imposible siquiera acercarse a la vaca, pues ésta respondía con patadas y hostilidad. Se confirmaron sus temores una mañana, cuando la esposa de Andréi había entrado al establo con cubeta en mano, esperando poder por fin ordeñar la vaca. Cuando la señora abrió la gran puerta del establo, la vaca dio una vuelta y se subió por la escalera—caminando sobre dos patas como un ser humano—hasta llegar al pajar. En ese mismo instante, la señora sintió la mirada de alguien; volteó hacia atrás y vio la misma Baba Raya, parada en medio del camino, susurrando a solas y mirando hacia el establo. Desde aquel entonces, se percataba un ambiente oscuro y pesado en el establo. Parecía haberse llenado de una oscuridad impenetrable, aunque todas las lámparas de keroseno estuvieran encendidas. Ni siquiera los gatos se atrevían a entrar al establo, a pesar de la gran cantidad de ratones que vivían ahí.
Andréi sabía que tenía que hacer algo para protegerse de las maldiciones y los encantos de la bruja.
Había que combatir el mal con el mal.  
Unas semanas después, Andréi iba saliendo del banya—de la casa del baño, hecha de pino, donde él, como todos los campesinos de Rusia, solía bañarse por las tardes—cuando vio algo extraño. En el sendero que iba del banya hacia la casa, había una gran sombra negra. Andréi se acercó sigilosamente: era una persona. Alguien estaba agachada sobre el camino, donde estaban las huellas de Andréi. La persona estaba acuchillando una de las pisadas. Con un cuchillo, estaba dando piquetes a la huella de Andréi y susurrando palabras extrañas. Cuando se acercó Andréi, la persona se levantó y se fue corriendo sin identificarse…pero Andréi estaba seguro que había sido la misma Baba Raya.
Había que vengarse de ella. Había que combatir el mal con el mal.
El colmo fue lo que pasó después: la hija más pequeña de Andréi se enfermó sin explicación alguna. La niña pasó dos semanas sin poder levantarse de la cama. Después de darle tés medicinales, después de probar todos los remedios caseros que conocían, Andréi y su esposa se sentaron a platicar con los más sabios de la familia: el tío Dmitri y la abuela Olga.
“Yo conozco una forma de alejar la maldad,” dijo el tío de Andréi. Dmitri había trabajado en un flote mercantil del Zar. Le contó a Andréi que había conocido un país lejano que se llamaba “Irlanda”. El tío Dmitri explicó que los habitantes de la isla de Irlanda, para ahuyentar a los espíritus malos, colocaban una vela dentro de una calabaza sobre la cual se había tallado una cara fea y maléfica. Se trataba de asustar a los espíritus y demonios con una imagen aún más fea y malvada que ellos mismos. A estas calabazas los irlandeses las llamaban Jack o’ lanterns: las linternas de Jack. El tal Jack era un ser legendario, condenado a vagar por el mundo por toda la eternidad en busca de almas para torturar. A través de la calabaza Jack o’ lantern, se apelaba al espíritu de Jack para éste empleara su propia maldad para ahuyentar a los demonios.
Combatir el mal con el mal.
“Pero no estamos en Irlanda, tío Dima,” respondió Andréi. “Aquí las brujas son poderosas. Pueden convertirse en urracas. Vuelan libremente por el aire. Las aves lo ven todo.”
Las aves son capaces de viajar a donde quieran sin impedimento alguno. Pueden entrar por la chimenea de una casa y ver lo que hay adentro. Con tan solo una mirada, pueden provocar la enfermedad, el sufrimiento, la cólera, las ronchas, la ceguera, hasta la muerte misma. Los infantes y los animales, por supuesto, son presa fácil.
“Es cierto,” comentó la abuela Olga. “Ni siquiera nuestro querido rey, el Zar Iván, pudo lidiar con las brujas de Moscú.”
Por supuesto, la abuela se refería al Zar actual del Imperio Ruso, Iván Grozni (Iván el Terrible). Se rumoreaba, inclusivo, que el Zar Iván había matado a su propio hijo durante una de sus cóleras. La abuela Olga contó que el mismo Zar Iván Grozni había decidido asesinar a todas las brujas que vivían en Moscú, la capital de Rusia. El Zar mandó a sus tropas para realizar redadas en todas las vecindades de la gran ciudad; fueron sacando todas las malhechoras y hechiceras de sus casas y las encarcelaron en masa. A las brujas presas las torturaron para que éstas divulgaran los nombres de otras brujas.
Combatir el mal con el mal.
Después de detener a todas las brujas de Moscú, prosiguió la abuela Olga, Iván Grozni las juntó en la gran Plaza Roja un domingo. Pensaba darles muerte por medio de una ejecución masiva: había que quemarlas vivas delante de todo el pueblo ruso, para que todos comprendieran lo terrible que es el castigo para las personas que practican la brujería.
Combatir el mal con el mal.
Estaban presentes las autoridades de la santa Iglesia Ortodoxa, el Zar con sus ministros, la nobleza de Rusia, y la muchedumbre de los campesinos y peones. La misma abuela Olga estuvo ahí, entre los demás campesinos. Todos rodearon la Plaza Roja, dijo la abuela, donde centenares de mujeres estaban paradas, esperando su muerte. De repente, tronó un fuerte relámpago en el cielo. En ese instante, contó la abuela, todas las brujas se convirtieron en urracas y salieron volando de la plaza, desapareciéndose en el cielo nublado y dejando a todos asustados y jadeantes.
“Por eso tendrás que matar una urraca,” le dijo la abuela Olga a Andréi. Dicen que a las brujas les provoca miedo ver una urraca muerta, pues la perciben como un gesto de amenaza. Por supuesto que existen varias formas de protegerse de las brujas: se puede maldecir su nombre simplemente; se puede decir su nombre al revés durante la Santa Misa; otro hechizo consiste en aventar un cuchillo hacia un remolino cuando aparece, pues es sabido que las brujas viajan de un lugar a otro en forma de remolinos. Todas las protecciones implican un acto de violencia, pero ninguna es tan eficaz como el sacrificio de un animal inocente.
“Tienes que sacrificar una urraca,” asintió el tío Dmitri. “Hay que combatir el mal con el mal.”

* * * *

Así fue que, esa tarde de abril, Andréi decidió subirse al pajar de su establo y colgar la urraca muerta frente a la ventana. Andréi seguía parado en el pajar, mirando hacia abajo. La vieja Raya no se había movido. Ya había empezado a lloviznar. En el rostro arrugado de la bruja se dibujó una sonrisa.
Andréi se enojó. “Chyevó ti libáyeshsya, vyedma proklyátaya?” le gritó. “¿Por qué sonríes, bruja maldita?” No le respondió nada la anciana que estaba parada bajo la lluvia, pero tampoco dejó de mirar a Andréi, y la sonrisa no se le quitó de la boca. Andréi miró las paredes del establo. La textura de la madera parecía estremecerse como si ésta estuviera impregnada por una presencia que aborrecía a todo ser vivo. Las paredes absorbían la luz, tragaban la luz sin dejar nada a cambio.
Andréi volvió a gritarle a la anciana desde el pajar: “Ti znáyesh chto eto takoye? ¿Acaso tienes idea de lo que es esto?” Señaló la urraca muerta con una mano.
Baba Raya comenzó a reírse. Y en ese instante, Andréi sintió que la sangre se le puso helada: comprendió por qué estaba tan contenta la bruja. Claro, Andréi se había protegido de los hechizos de Baba Raya tras sacrificar a la urraca. Claro, la bruja ya no podría seguir atacando a la familia de Andréi. El campesino había ganado la batalla…pero ¿a qué costo? Para protegerse de Baba Raya, Andréi había recurrido a la brujería. Había derramado la sangre de un ser inocente.
Ti tyepyer nash chyelovyek,” le dijo la anciana a Andréi, entre risas. “Ahora eres uno de nosotros. Te hemos jalado para nuestro lado. De aquí en adelante, serás nuestro.”
Pues Andréi estaba combatiendo el mal con el mal.



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